domingo, 30 de junio de 2013

Sexo en la oficina uff!

De las horas que pasamos despiertos la mayor parte la pasamos en el trabajo y cuando se convive durante 8 horas diariamente es lógico que surja algún tipo de atracción entre compañeros. Si sumamos a esto el erotismo de lo prohibido, la cercanía física y la clandestinidad obtenemos un cóctel explosivo donde la atracción finalmente  conlleva al sexo.

Es el sexo en la oficina tan tabú como pareciera? Según la mayoría de los estudios es una práctica más común de lo que creemos. Basta recordar el caso del ex presidente norteamericano Bill Clinton y su becaria Mónica Lewinsky. Pero asumiendo que de tan sonado incidente el lector ya conoce bastante, paso pues a relatar otro un poco más cercano a mí.

El coqueteo laboral siempre se me antoja estimulante, divertido y casi inofensivo.  Y digo "casi" porque junto con el nuevo analista de costos de la clínica donde trabajaba llego el día en que paso a rayar en lo peligroso.

Francisco, de 33 años, era un joven muy  risueño y hasta algo tímido (o al menos fueron esas mis primeras impresiones). Solíamos coincidir en los pasillos intercambiando saludos y sonrisas. No logro definir la causa exacta pero ocurrió que el roce diario fue tornándose cada vez más rebuscado, más pícaro, más excitante. Tal vez su supuesta timidez o su sonrisa de chiquillo travieso, quizás el brillo en su mirada que invitaba a corromper o todas las anteriores ocurriendo a la vez; lo cierto es que no pude resistirme (y no quise) y permití que mis instintos más bajos despertaran dando paso a un flirteo franco y descarado.

Comencé a hacerle visitas vespertinas a su oficina usando minifaldas o escotes pronunciados (o ambos); me sentaba frente a él, me cruzaba de piernas, lamia y mordía mis labios insinuantemente. Me inclinaba sobre su escritorio para abultar mi busto cerca de él. Demostraba y decía abiertamente lo que pensaba y lo que quería.  El seguía el juego, sus ojos se iban justo donde yo quería y luego reía nerviosamente pero se resistía, me toreaba y así alimentaba mi deseo.

Una solitaria tarde de guardia de fin de semana (de esas con personal mínimo, poco trabajo y mucho tiempo ocioso) Francisco finalmente accedió a cruzar conmigo la barrera de lo prohibido. Sentados frente a frente, un vaivén de miradas y frases insinuantes nos dejó con la excitación palpable en la piel; finalmente se levantó de su silla, puso seguro a la puerta y se sentó nuevamente frente a mí en actitud desafiante.

"Veamos qué es lo que tienes" dijo con una deliciosa mezcla de malicia y nerviosismo. No supe en qué momento mis manos llegaron a posarse en sus piernas, en sus muslos, sobre su pene ya abultado. Me acerque al fin a él en busca de su aliento que tibio penetro en mi boca desencadenando frenesí. Quería morderlo, quería comérmelo en un bocado. Nuestras lenguas jugaban y se enlazaban fuera de las bocas, con morbo, sin que se tocaran los labios; al tiempo que mis manos masajeaban su sexo por encima de la ropa el sacaba mis senos fuera de mi blusa y jugaba con ellos, los acariciaba, los besaba, los lamia. "Sácalo" suplique y el obediente lo hizo. Su pene estaba firme y duro, despedía calor. Me detuve a mirarlo y comencé a masturbarlo.

Deseaba más, quería todo de él, me puse de rodillas y al contacto de mis labios con su pene sentí quemarme. Exquisito placer nos invadió a ambos pues mientras yo estaba entre sus piernas humedeciendo y devorando su sexo, gemíamos por igual.

Minutos después nos pusimos de pie y me inclino sobre la mesa, de espaldas a él. Levanto mi falda y en un arrebato al fin me penetro. Tuve que contenerme para no chillar de placer. Se quedó así unos segundos, inmóvil dentro de mí y mi vagina ansiósamente se contraía, lo apretaba, lo succionaba. Y entonces perdimos el raciocino por una cantidad de tiempo que no podría precisar; perdimos conciencia del lugar donde nos encontrábamos, de las personas que esporádicamente transitaban del otro lado de la puerta, del peligro.

Sus manos se alternaban entre mis senos y mi vagina, me asían por la cintura procurando la cadencia de sus caderas que chocaban una y otra vez contra mis glúteos al compás de nuestras respiraciones gruesas y agitadas. Yo abría más mis piernas invitándole a llegar más adentro de mí, invitación que gustoso aceptaba. Las miradas sustituyeron a las palabras: "no pares", "más fuerte", "si, así"...
De pronto su movimientos se volvieron desordenados, caóticos, desesperados, permitiéndome presentir la cercanía de su orgasmo y encendiendo instantáneamente la mecha del mío. Ver a un hombre en ese momento de placer casi insoportable que precede al final y durante el orgasmo mismo es para mí un poderoso detonante.

Voltee para verle a la cara cuya expresión evidenciaba entrega total al gozo, al morbo, a una locura tan extrema que recuerdo haber pensado que si alguien entraba en ese momento a la oficina, seguramente continuaríamos desbocados hasta darnos gusto.

Con un par de quejidos que parecían de dolor al fin acabo dentro de mí provocando que acabase yo también mientras ahogaba los gemidos en mi garganta. Sin embargo permanecimos inmóviles algunos segundos disfrutando el remanente de la sensación y recuperando el aliento.

Nos separamos para dejar que poco a poco mermara la agitación de nuestros cuerpos al tiempo que regresaba la cordura.
Con muchas sonrisas de éxtasis y pocas palabras nos despedimos y salí de ahí. Volví al trabajo relajada, "ligera", pero maravillada por lo que acababa de ocurrir.

Los días siguientes me encontré asistiendo al trabajo con mayor entusiasmo; deseaba continuar experimentando esta nueva tensión sexual y repetir el encuentro una vez más, muchas veces más y afortunadamente así fue.

Suena muy conveniente que diga esto pero la verdad es que al mirar en retrospectiva puedo concluir que a causa de estos encuentros, en general mi productividad laboral mejoro; más a menudo mi creatividad e imaginación necesarias para el trabajo que desempeñaba estaban al máximo y mi humor se mantenía ideal.

En definitiva, siempre que no sea bajo acoso o para obtener un ascenso (y que ningún curioso le atrape en el acto), el sexo en el trabajo resulta ser una aventura excitante, enriquecedora y que nos deja con ese golpe de adrenalina aprovechable en nuestras labores. Lo certifico y lo recomiendo; ¡Afuera los miedos y tabúes! piense que seguramente más de la mitad de sus compañeros de trabajo ya se han liado y en sus narices.

domingo, 9 de junio de 2013

Porque los hombres jóvenes buscan mujeres mayores?

El mundo sexual es inherente a todo ser humano por tanto es correcto declarar que las mujeres tenemos que disfrutar del sexo.
A partir de los 30-35 años las mujeres alcanzamos la plenitud de nuestra sexualidad. Nos conocemos más a nosotras mismas, sabemos qué cosas nos gustan y qué no tenemos una mayor sensibilidad integral de nuestro cuerpo, de nuestras emociones y  nos es más claro qué es lo que deseamos en la vida. A mis 34 años de edad puedo  decir que encajo perfectamente en este estrato; he aprendido a aceptar como algo natural mi apetito sexual.
Los hombres no son inmunes a los efectos de esta etapa, en especial los hombres más  jóvenes. Es un hecho que los veinteañeros que recién alanzan la madurez sexual deliran por una mujer mayor que ellos porque las consideran más apasionadas y sabias en la cama y llegan a tomarlo como una experiencia sexual para aumentar sus destrezas. Conozco la sensación, he estado ahí.
Tras un matrimonio fallido de más de 8 años que casi en su totalidad resulto pobre sexualmente (cantidad y calidad), me encontré deseando explorar todo aqu ello que no conocía y que sabía, por deducción y referencia, que existía. Estaba sedienta.
No tuve que esperar mucho para experimentar mi primera experiencia sexual como  mujer divorciada. "Pepe", profesor de Música de 25 años, buscaba precisamente la pieza que a mí me sobraba (o viceversa).
Experiencia liberadora; la malicia de ese muchacho me abochorno un par de veces en  pleno acto sexual, pero que deliciosa sensación de vergüenza que unida a la de excitación se transforma en morbo y placer desinhibido.
Como no loar la destreza de esta generación?. Es que desde el primer momento Pepe me seduce, me hace sentir divina y majestuosa, derrumba todas mis defensas, las consientes y las inconscientes.
Él sabe que yo no quiero sexo Hardcore. Me toca y me besa como un hombre  enamorado, se detiene y me mira como un niño que mira por primera vez a un árbol de navidad. En este momento, yo soy el objeto más preciado ante sus ojos. Me desarma por completo.
Las nalgadas, la obscena verborrea, la velocidad para ponerse un preservativo, y tan efectivo para lograr una firme erección al termino de decir: "¡Atención Firme!".
El tendido en la cama, yo sentada sobre el erguida cual jineta cabalgo a mi antojo; mete sus dedos en mi boca para que jueguen con mi lengua y luego los desliza húmedos hasta mis pezones, hasta mi ombligo, hasta mi clítoris. Me mira fijamente, puedo sentir  su mirada como calor en mi piel, el placer es casi insoportable. casi. Y él lo sabe:
-"Eres mi perra?" 
(Guao! que sorpresa, que vergüenza, que hago?. Vamos, no te dejes.)
-"Si".
-“Si qué?". 
(Es desafiante, mira directamente a mis ojos, no era la respuesta que esperaba, quiere que se lo diga, quiere dominarme, es una lucha de poder y yo decido ceder)
-"Sí, soy tu perra".
Siento la piel de mi cara encenderse en rubor, me siento avergonzada, apenada, "las  niñas buenas no hablan así" pero el me dedica una sonrisa torcida, triunfal y maliciosa; me tiene donde quiere y me quiere derretida de placer. Me nalguea, me toma con fuerza por las caderas y eleva su pelvis para penetrarme aún más profundo, más fuerte, su excitación ha aumentado; y entonces lo entiendo: es así como me quiere, desvergonzada, demostrando que estoy gozando descaradamente tenerlo dentro de mí. Algo cambia para siempre, me dejo llevar, no me importa nada.
Ahora mi excitación se ha puesto a la par de la suya; dejo caer mi torso sobre él y ahí me pierdo. Todo se torna instintivo, animal, ya no pienso en el próximo movimiento, no me importa, pero inexplicablemente estamos coordinados, la química de nuestros cuerpos ha tomado el control, el sudor que sabe a gloria  se cuela en los besos exagerados y más allá lubrica sensacionalmente nuestros cuerpos enteros. Ya no puedo más, falta poco.
En un minuto alcanzo el cielo y explota dentro de mí el orgasmo más intenso, lleno de  contracciones que incluso él puede sentir y lo enloquecen haciendo que me acompañe  al final; me descontrolo en gemidos, me desordeno en movimientos frenéticos, me muerdo los labios, se me olvida respirar, se me olvida mi nombre. Estoy extasiada, caigo casi sin fuerzas tendida a su lado unos segundos, mi pecho sube y baja violenta y ruidosamente en busca de oxígeno.  Siento aun cosquillas en mi vientre, restos del orgasmo. Me llevo las manos a la cabeza en un intento vano de poner en orden mis ideas. Si, siento satisfacción, pero hay aún tanto calor en mi cuerpo por esta experiencia carnal, sublime, deliciosa, que cruza por mi mente la idea de continuar, pero no, los hombres no pueden continuar, hay que darles tiempo y a veces sencillamente no pueden o no desean funcionar más de una vez por encuentro. Pero sorpresa, mientras divago siento las manos de pepe que están de nuevo sobre mí, buscando mi sexo todavía húmedo y dilatado; volteo a mirarle y está listo, sus ojos me miran con deseo, su pene  está erecto otra vez (o es que nunca dejo de estarlo?). Qué maravilla!.
Me fui a casa esa tarde con la sensación de haber corrido un maratón y después haber pasado por un spa. Cansada, satisfecha, serena, orgullosa; "no puedo creer que haya actuado de esa forma", "no puedo esperar para hacerlo de nuevo!".
Y es que en esta etapa de mujer madura recién liberada de ataduras y prejuicios,  abriendo los ojos al mundo de mi sexualidad y deseando comérmelo, Pepe resulto ser lo que estaba precisando: un hombre joven que recién alanza su apogeo sexual, de  erecciones firmes y duraderas, impetuoso, que ya superó los primeros años de eyaculaciones precoces y posee de más control de su genitalidad. Distintos contextos que convergen en un solo deseo: querer más! más! más!.
Definitivamente,   desde el punto de vista sexual, las mujeres en edad madura y los veinteañeros parecen ser la combinación ideal pues al final cada quien obtiene lo que quiere; ese día yo drené plenamente mi golpe de energía sexual post-treinta y él tuvo sexo con una madurita.